
Este fin de semana estuve en un curso de formación de mediadores escolares, un programa que se está llevando a cabo en algunos institutos y colegios de Torrejón y que consiste en formar a algunos alumnos y alumnas para desarrollar en sus clases y centros la labor de mediación con aquellas personas que acaban de llegar o con aquellas que no consiguen integrarse en su grupo o en el centro en general.
La verdad es que podría señalar muchas cosas de este fin de semana porque la manera en la que los niños y niñas, los adolescentes, hablaban, reflexionaban, planteaban situaciones, etc. que ponían en conflicto sus sentimientos o inquietudes con esa labor que habían decidido desempeñar, era increíble y, desde mi punto de vista, daba una visión muy optimista de las nuevas generaciones… esas a las que todo el mundo se encarga de tachar como irresponsables, enganchados todo el día a la TV, sin límites ni normas… Lo que allí viví fue de verdad una experiencia totalmente enriquecedora. Pero hubo un aspecto que me hizo pensar y que me mantuvo un rato bastante desconcertada y es por eso por lo que lo comparto aquí.
A raíz de una actividad que propusimos, los niños y niñas tenían que elegir, de una lista de objetos valiosos, cuáles de ellos llevarían consigo en el caso de que hubiera una inundación y sólo pudieran escoger 4. Hasta aquí…todo normal…incluso la dinámica puede sernos cotidiana a todos. La cuestión es que, al tener que trabajar en grupos e intentar ponerse de acuerdo entre ellos me di cuenta de una situación curiosa… al menos para mí.
Cuando pusimos en común sus elecciones y cuando indagamos acerca de las posibles dificultades que habían podido surgir al trabajar en grupo, cómo se habían puesto de acuerdo, etc. me di cuenta de que habían inventado una táctica estupenda para no entrar en conflicto. La votación. Ésta se había convertido en el recurso por excelencia para eliminar cualquier rasgo de injusticia en las decisiones finales. Todos los participantes tenían tan asumido su rol, ese papel de personas comprensivas, que comprenden al otro, que le consideran con los mismos derechos que los demás, que no cuestionaban en ningún momento otra opción que no fuera lo que la mayoría prefiriera.
No puedo decir que fueran chavales que no reflexionaban, que no pensaban y que no se escucharan entre sí, ¡todo lo contrario! Me sorprendió su capacidad de intentar escuchar y comprender el punto de vista de los demás. Sin embargo, me di cuenta de que había algo que se estaba perdiendo y era la capacidad crítica de los alumnos.
Tenían tan interiorizado que debían respetarse y darse oportunidades unos a otros que no buscaban justificación alguna más allá del respeto y de la consideración de las posturas individuales que, según su visión, se veían reflejadas en la decisión de la mayoría. Ninguno hizo alusión a un sentimiento de incomodidad ante resultados que quizá no fueran de la mano de sus decisiones individuales y ésto no era causa de un debate y comprensión de posturas mejores sino simplemente por una cuestión de mayoría.
Ya me parece un paso enorme el pensar que un grupo de niños y niñas de entre 10 y12 años se reúnan, escuchen y respeten sin hacer juicios acerca de las personas, pero me preocupó en parte lo que se derivaba de allí. Ciertos instrumentos, herramientas como era la votación, se habían convertido en el eje de la justicia, en lo que decidía lo que valía y lo que no, pero bajo el lema de la igualdad de oportunidades y el respeto. La votación, como medio para la igualdad se estaba convirtiendo en la anulación de las diferencias, del debate, del pensamiento crítico.
Todo ésto me hizo plantearme cómo todos aquellos valores, ideales, mecanismos que la sociedad actual utiliza como medios de democratización, pueden adoptar enfoques totalmente distintos aunque la misión última de los mismos no fuera esa. ¿Estaríamos pidiendo a esos niños y niñas un pensamiento demasiado comprometido? ¿En qué podría desembocar este tipo de situaciones si no se trabaja también la propia ironía de la democracia? ¿Se intenta desde la escuela dar un paso más? Es decir, no basta con hacer explícitos y experimentar aquello que deseamos desarrollar en el alumnado, también es necesario hacerles entrar en contradicción, cuestionar esos mismos ideales, mecanismos…Bueno, éstas son algunas de las ideas que me rondan la cabeza ahora… pero supongo que todo requiere su tiempo.
La verdad es que podría señalar muchas cosas de este fin de semana porque la manera en la que los niños y niñas, los adolescentes, hablaban, reflexionaban, planteaban situaciones, etc. que ponían en conflicto sus sentimientos o inquietudes con esa labor que habían decidido desempeñar, era increíble y, desde mi punto de vista, daba una visión muy optimista de las nuevas generaciones… esas a las que todo el mundo se encarga de tachar como irresponsables, enganchados todo el día a la TV, sin límites ni normas… Lo que allí viví fue de verdad una experiencia totalmente enriquecedora. Pero hubo un aspecto que me hizo pensar y que me mantuvo un rato bastante desconcertada y es por eso por lo que lo comparto aquí.
A raíz de una actividad que propusimos, los niños y niñas tenían que elegir, de una lista de objetos valiosos, cuáles de ellos llevarían consigo en el caso de que hubiera una inundación y sólo pudieran escoger 4. Hasta aquí…todo normal…incluso la dinámica puede sernos cotidiana a todos. La cuestión es que, al tener que trabajar en grupos e intentar ponerse de acuerdo entre ellos me di cuenta de una situación curiosa… al menos para mí.
Cuando pusimos en común sus elecciones y cuando indagamos acerca de las posibles dificultades que habían podido surgir al trabajar en grupo, cómo se habían puesto de acuerdo, etc. me di cuenta de que habían inventado una táctica estupenda para no entrar en conflicto. La votación. Ésta se había convertido en el recurso por excelencia para eliminar cualquier rasgo de injusticia en las decisiones finales. Todos los participantes tenían tan asumido su rol, ese papel de personas comprensivas, que comprenden al otro, que le consideran con los mismos derechos que los demás, que no cuestionaban en ningún momento otra opción que no fuera lo que la mayoría prefiriera.
No puedo decir que fueran chavales que no reflexionaban, que no pensaban y que no se escucharan entre sí, ¡todo lo contrario! Me sorprendió su capacidad de intentar escuchar y comprender el punto de vista de los demás. Sin embargo, me di cuenta de que había algo que se estaba perdiendo y era la capacidad crítica de los alumnos.
Tenían tan interiorizado que debían respetarse y darse oportunidades unos a otros que no buscaban justificación alguna más allá del respeto y de la consideración de las posturas individuales que, según su visión, se veían reflejadas en la decisión de la mayoría. Ninguno hizo alusión a un sentimiento de incomodidad ante resultados que quizá no fueran de la mano de sus decisiones individuales y ésto no era causa de un debate y comprensión de posturas mejores sino simplemente por una cuestión de mayoría.
Ya me parece un paso enorme el pensar que un grupo de niños y niñas de entre 10 y12 años se reúnan, escuchen y respeten sin hacer juicios acerca de las personas, pero me preocupó en parte lo que se derivaba de allí. Ciertos instrumentos, herramientas como era la votación, se habían convertido en el eje de la justicia, en lo que decidía lo que valía y lo que no, pero bajo el lema de la igualdad de oportunidades y el respeto. La votación, como medio para la igualdad se estaba convirtiendo en la anulación de las diferencias, del debate, del pensamiento crítico.
Todo ésto me hizo plantearme cómo todos aquellos valores, ideales, mecanismos que la sociedad actual utiliza como medios de democratización, pueden adoptar enfoques totalmente distintos aunque la misión última de los mismos no fuera esa. ¿Estaríamos pidiendo a esos niños y niñas un pensamiento demasiado comprometido? ¿En qué podría desembocar este tipo de situaciones si no se trabaja también la propia ironía de la democracia? ¿Se intenta desde la escuela dar un paso más? Es decir, no basta con hacer explícitos y experimentar aquello que deseamos desarrollar en el alumnado, también es necesario hacerles entrar en contradicción, cuestionar esos mismos ideales, mecanismos…Bueno, éstas son algunas de las ideas que me rondan la cabeza ahora… pero supongo que todo requiere su tiempo.