Supongo que todos los que nos movemos en el terreno de la educación tenemos muy asumido que, durante una explicación, todo el mundo puede comprendernos, seguirnos… y que si esto no ocurre, será probablemente porque nuestra explicación no haya sido lo suficientemente clara o lo suficientemente adaptada a las características del grupo.
En mi clase, cada día, con cada pregunta o explicación, me recuerdo a mí misma lo mal que suena que un maestro diga: ¿lo entendéis, me habías comprendido? Y trato por todos los medios de utilizar expresiones como: ¿me he explicado bien? ¿Es necesario que lo explique de otra manera?
Quizá no tenga más misterio que tratar de ser consciente de mi propio lenguaje. Sin embargo, cuando ayer Adrián, después de haber estado durante toda la explicación distraido, jugando, colocando las pinturas de cera por orden de altura en su estuche, me llamó a su mesa y me dijo: - Mary, es que creo que no te has explicado muy bien. ¿Qué tengo que hacer aquí?
¡Será posible! ¡me ha dicho que no lo he explicado bien! ¡Si ha estado toda la explicación en las nubes!
Sí… estos pensamientos recorrieron mi mente por un momento…aunque no dejé que salieran y repetí la explicación de nuevo para él.
Hoy, pensando sobre ello no puedo evitar sonreir. La influencia de mi lenguaje… cómo lo digo, lo que digo… Adrían parecía totalmente absorto en sus juegos, pero la frase clave la pilló al instante. Profe, creo que no te has explicado bien. ¿Por qué lo sentí como una ofensa en ese momento? ¿Una duda a mi profesionalidad? ¿Cuiestionando mi capacidad de explicación, de hacer comprender?
Hoy, no me importa que ayer Adrián estuviera jugando o distraido. Sé que algo va calando, que algunas ideas o frases, expresiones… van haciendose un hueco en él. Además, me gustó cómo el “niño que estaba en las nubes” me bajó a mi de las mías. No vale sólo con creerse ciertas cosas. No es suficiente con “saber” que hay expresiones, modelos, actuaciones que quedan bien o mal. Es necesario también ser consciente de porqué me dirijo a ellos y a ellas de una u otra forma, qué les estoy transmitiendo, qué les estará llegando y cómo.
Me gustó que Adrián me recordara que si realmente digo que puedo no haberme explicado bien, no me suene a ofensa cuando algún niño o niña me pide que repita algo, porque…podría haberlo explicado mejor. Los miedos se cuelan invisibles en muchas situaciones, pero cuando los detectas, es gracioso mirarlos con perspectiva.
En mi clase, cada día, con cada pregunta o explicación, me recuerdo a mí misma lo mal que suena que un maestro diga: ¿lo entendéis, me habías comprendido? Y trato por todos los medios de utilizar expresiones como: ¿me he explicado bien? ¿Es necesario que lo explique de otra manera?
Quizá no tenga más misterio que tratar de ser consciente de mi propio lenguaje. Sin embargo, cuando ayer Adrián, después de haber estado durante toda la explicación distraido, jugando, colocando las pinturas de cera por orden de altura en su estuche, me llamó a su mesa y me dijo: - Mary, es que creo que no te has explicado muy bien. ¿Qué tengo que hacer aquí?
¡Será posible! ¡me ha dicho que no lo he explicado bien! ¡Si ha estado toda la explicación en las nubes!
Sí… estos pensamientos recorrieron mi mente por un momento…aunque no dejé que salieran y repetí la explicación de nuevo para él.
Hoy, pensando sobre ello no puedo evitar sonreir. La influencia de mi lenguaje… cómo lo digo, lo que digo… Adrían parecía totalmente absorto en sus juegos, pero la frase clave la pilló al instante. Profe, creo que no te has explicado bien. ¿Por qué lo sentí como una ofensa en ese momento? ¿Una duda a mi profesionalidad? ¿Cuiestionando mi capacidad de explicación, de hacer comprender?
Hoy, no me importa que ayer Adrián estuviera jugando o distraido. Sé que algo va calando, que algunas ideas o frases, expresiones… van haciendose un hueco en él. Además, me gustó cómo el “niño que estaba en las nubes” me bajó a mi de las mías. No vale sólo con creerse ciertas cosas. No es suficiente con “saber” que hay expresiones, modelos, actuaciones que quedan bien o mal. Es necesario también ser consciente de porqué me dirijo a ellos y a ellas de una u otra forma, qué les estoy transmitiendo, qué les estará llegando y cómo.
Me gustó que Adrián me recordara que si realmente digo que puedo no haberme explicado bien, no me suene a ofensa cuando algún niño o niña me pide que repita algo, porque…podría haberlo explicado mejor. Los miedos se cuelan invisibles en muchas situaciones, pero cuando los detectas, es gracioso mirarlos con perspectiva.